(Pativilca, 1822), frase de una famosa carta de Manuela Sáenz a su amado caraqueño:
Le guardo la primavera de mis senos y el envolvente terciopelo de mi cuerpo (que son suyos).
He aquí, otra vez el amor como una poderosa fuente de luz y energía que inspira e impulsa acontecimientos históricos, de revolución y libertad.
- I. El cuartel general.
- II. La primera edición de El Peruano.
- III. El amor prohibido.
- IV. Manuela Sáenz, revolución y libertad.
- V. Las más hermosas cartas.
- VI. Exiliada.
- VII. Muerte de Manuela Sáenz.
- VIII. Retorno a Caracas, 154 años después.
I. El cuartel general.
Uno de los mejores atractivos turístico que tiene la provincia de Barranca, está en Pativilca: El Museo Bolivariano. Funciona en la antigua casa que perteneció a los esposos Juan Canaval y Luisa Samudio, la misma que en enero de 1824 hospedó al libertador Simón Bolivar para recuperar su salud, convirtiéndola en su Cuartel General, donde preparó la ofensiva final de la gesta libertadora.
En esa época, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte-Andrade y Blanco , (Simón Bolivar), padecía de tuberculosis, pero a pesar de su dolencia, desde aquella antigua casa en Pativilca, logró consolidar la independencia de nuestro país y de América misma. Sin dudas un lugar con mucho de historia.
Las memorias registradas de este lugar, narran acerca de su exclamación famosa sucedido durante la visita del coronel Joaquín Mosquera, que preocupado por la crisis del ejército patriota por las altas deserciones le pregunta al Libertador ¿Qué piensa usted hacer ahora? Bolívar debilitado por las fiebres, bajo las sombras de una palmera respondió con la firmeza del guerrero: ¡Triunfar! Haciendo que sus desalentados subalternos salgan de Pativilca en busca de consolidar la independencia peruana. Así en agosto y diciembre con las batallas de Junín y Ayacucho, sellaron definitivamente la libertad de Perú y América. En el jardín de la casa museo podemos ver el lugar exacto donde ocurrió este episodio, y aún algunos trozos de la antigua palmera.
La casona, ubicada hoy en plena Panamericana antigua y en el corazón del centro de Pativilca, a escasos metros de la Plaza de Armas, tiene seis ambientes en total, mobiliarios antiguos, pinturas, documentos como el Primer Editorial redactado por el libertador y la Imprenta que editó los primeros números del diario El Peruano, que él mismo fundara en octubre de 1825.
II. La primera edición de El Peruano.
La novedosa edición apareció por primera vez en Lima un sábado 22 de octubre de 1825, con el nombre de El Peruano Independiente, un periódico “oficialista” creado por Simón Bolívar, quien ordenó a Tomás de Heres editar una publicación que apoyara su presencia en el Perú. Sería en mayo de 1826, cuando el Ministerio de Gobierno lo declaró oficial y mandó se insertaren en él los avisos, documentos relativos a la administración pública, denominándose simplemente El Peruano, desde el 13 de mayo. Su primer editor como órgano oficial fue el clérigo Lucas Pellicer.
Bolívar no pudo imaginar que su partida significaría una época de incertidumbre política y social; y El Peruano no fue ajeno a este suceso, sufriendo por diez años el cambio de nombre. Así, se llamó La Prensa Peruana (1828-1829), dirigido por José Joaquín de Larriva; El Conciliador (1830-1834), dirigido por Felipe Pardo y Aliaga. También se llamó El Redactor Peruano (1834-1836, y 1838), La Gaceta de Gobierno (1835); El Eco del Protectorado (1836-1839); y en Lima como El Eco del Norte (1837-1838).
En 1838 con la llegada del ejército Restaurador, retomaría el nombre bolivariano de El Peruano, aunque entre 1851 y 1854 se llamó el Registro Oficial. A pesar de su importancia, El Peruano sólo se publicaba miércoles y sábado. Todo esto se inició en Pativilca, con la imprenta todavía se conserva en buen estado para los visitantes del museo.
III. El amor prohibido.
Esta Casona pativilqueña, que sirvió para que el caraqueño reflexionara, amparado en la tranquilidad de este distrito y tomara las decisiones que marcarían su vida y la historia universal: Una sobre la causa libertaria y la otra, sobre un amor que trascendería los hechos mismos de su gesta libertaria. Un amor complejo, ajeno, un amor por el que también debió luchar para conservarlo, pues era prohibido. La Casona serviría para el encuentro con ella, la mujer que desataría furibundos cuestionamientos sobre la moral del libertador.
Sobre el amor se ha escrito y se ha dicho de todo, algunos aseguran que el amor cuando es puro, taladra el alma y los sentidos hasta desquiciarnos, pues nos roba el sentido común. Un amor como el que le tocó vivir al más duro de los hombres, Simón Bolívar, que fue conquistado por una Quiteña llamada Manuelita Sáenz. La mujer que rompería con los estereotipos de la época: A ella, se le puede calificar “como la combatiente que rompió con las estrictas normas vigentes aquel entonces, vistió uniforme militar, aprendió a usar armas, desarrolló tácticas de espionaje para ayudar a los planes independentistas”. También fue “una feminista temprana que desobedeció los esquemas sociales de su época, impuestos por la moral tradicional y el patriarcalismo milenario, al abandonar a su esposo para seguir al hombre que amaba, en un tiempo en la que la Iglesia no aceptaba que se rompiera el sagrado vínculo del matrimonio”. Y encima fue hija “ilegítima”, pues nació de una relación extramatrimonial de su padre, el español Simón Sáenz. Su madre, María Joaquina Aizpuru, murió al poco tiempo de su nacimiento.
IV. Manuela Sáenz, revolución y libertad.
Manuela Sáenz estaba enamorada de la independencia, de las revoluciones y del pensamiento de Bolívar, sin conocerlo en persona defendía sus ideales como si fueran de ella y luchaba incansablemente por formar parte del proceso independentista. Creo que fue finalmente eso, el compartir sueños e ideales que los acercó y no hubo fuerza que los separaría nunca más.
Un 16 de junio de 1822, Bolívar llegó a Quito. El destino jugaba sus cartas y debían conocerse:
“Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tomé la corona de rosas y ramitas de laureles para que cayera frente al caballo de Simón, pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída justo en el pecho de Simón. Me ruboricé de la vergüenza, pues El Libertador alzó su mirada y me descubrió aún con los brazos estirados, pero me sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano”. Palabras de la misma protagonista.
Desde ese encuentro en Quito y desde esa misma noche, después de la recepción donde se vieron de cerca por vez primera, fueron amantes: Manuela llegó cerca de las ocho de la noche al baile en honor al Libertador en la casa de Juan Larrea. El propio Larrea la recibió y la llevó hasta el salón donde estaba sentado Bolívar conversando: “(…) al ver que nos acercábamos se levantó, disculpándose muy cortésmente y atento a nuestro arribo se inclinó haciendo una reverencia muy acentuada. (…) Bolívar me miró fijamente con sus ojos negros, que querían descubrirlo todo, y sonrió. Le presenté mis disculpas por lo de la mañana, y él me replicó diciéndome: ‘Mi estimada señora, ¡Si es usted la bella dama que ha incendiado mi corazón al tocar mi pecho con su corona! Si todos mis soldados tuvieran esa puntería, yo habría ganado todas las batallas’”.
Luego de esto la tomó de la mano y la invitó a bailar, pues a Bolívar le encantaba bailar. Por supuesto, Manuelita ya había caído rendida. Había nacido el amor.
V. Las más hermosas cartas.
Bolívar había perdido a su esposa en 1803, pero tenía amantes ocasionales, Manuela por su parte estaba casada con un inglés llamado James Thorne desde 1817, con quien, a los 22 años, Manuela se casa, luego que su padre la comprometiera con el comerciante, quien le doblaba la edad. El matrimonio fue en la iglesia de San Sebastián de Lima, Perú, lugar de residencia de su pareja. pero esto no impidió que viviera una apasionada historia de amor con el hombre prohibido. Es que su amor era prohibido, más aún para la época. Ella era casada y aun así se entregaron a ese loco y desesperado amor.
“Me atraen profundamente tus ojos negros y vivaces, que tienen el encantamiento espiritual de las ninfas; me embriaga contemplar tu hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias y hacerte el amor sobre rudimentarias alfombras”, le escribía Simón Bolívar a Manuela Sáenz, la carta fue escrita el 16 de junio de 1825.
Ambos manejaban los mismos ideales libertadores por lo que además de amantes eran cómplices y socios. Manuela le servía de informadora a Bolívar, estudiaba con cuidado los movimientos de las tropas y en más de una ocasión lo salvó de un atentado, por eso algunos la conocen como “La libertadora del libertador”.
Pese a que Manuela estaba casada, su verdadero amor era Bolívar, en cuerpo y alma, en numerosas ocasiones le recalcó al Libertador que era el único dueño de su corazón y el único que tocaba su cuerpo: “Le guardo la primavera de mis senos y el envolvente terciopelo de mi cuerpo (que son suyos)”, escribió en una de sus cartas.
Su esposo viajaba con frecuencia y se dice que estaba totalmente enterado de la relación entre ambos y que había aceptado voluntariamente su destino, con la condición de no poner fin al matrimonio, de resto no se involucraba con los asuntos privados de Manuela.
“Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos daría hasta mi último aliento, para entregarme toda a usted con mi amor entero. Saciarnos y amarnos en un beso suyo y mío, sin horarios”, le escribía Manuela Sáenz al libertador en otra carta.
Y concluía la misiva diciéndole:
“General Simón Bolívar. Señor mío, mi amor: No me basta decir te quiero; por eso lo escribo, por la necesidad y el apremio de mi pecho. Quiero grabarlo en las nubes, en el cielo de mi Quito quiero; en el Pichincha es mi anhelo, y en su Colombia como una antorcha, inundada de luz por nuestro amor y por la gloria. Lléveme con usted al mismo abismo, donde grito y ruego que lo quiero. Deje usted allí crecer mis besos y esos besos suyos bajo el sol de la esperanza y en silencio, como crecen las flores en esa tierra suya donde vieron nacer su hombría y sus desvelos.
Su Manuela”.
Cartas que, al recibirlas, causaba en Bolívar gran emoción, esa sensación de un adolescente primer amor. A lo que el libertador se apresuraba a responder, solo dejándose llevar por lo que su corazón le dictaba, aunque sus cartas no tenían la fina prosa de ella, a buen decir de críticos literarios:
“Mi adorada Manuelita:
Recibí tu apreciable carta que regocijó mi alma, al mismo tiempo que me hizo saltar de la cama; de lo contrario, esta hubiera sido víctima de la provocada ansiedad en mí.
Manuela bella, Manuela mía, hoy mismo dejo todo y voy, cual centella que traspasa el universo, a encontrarme con la más dulce y tierna mujercita que colma mis pasiones con el ansia infinita de gozarte aquí y ahora, sin que importen las distancias. ¿Cómo lo sientes, ah? ¿Verdad que también estoy loco por ti?
Tú me nombras y me tienes al instante. Pues sepa usted mi amiga, que estoy en este momento cantando la música y tarareando el sonido que tú escuchas. Pienso en tus ojos, tu cabello, en el aroma de tu cuerpo y la tersura de tu piel y empaco inmediatamente, como Marco Antonio fue hacia Cleopatra. Veo tu etérea figura ante mis ojos, y escucho el murmullo que quiere escaparse de tu boca, desesperadamente, para salir a mi encuentro.
Espérame, y hazlo, ataviada con ese velo azul y transparente, igual que la ninfa que cautiva al argonauta.
Tuyo. Simón Bolívar”.
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VI. Exiliada.
Meses más tarde, al conocer la muerte de su amado por medio de una carta, Manuela decidió suicidarse. Se dirigió a Guaduas, donde se dice, se hizo morder por una víbora, y fue salvada por los habitantes del lugar. Antes de la muerte del Libertador se levantó una ola de calumnias en su contra, y Manuela decidió escribir, como forma de protesta, La Torre de Babel (julio de 1830), motivo por el cual se le emitió una orden de prisión.
Seguidamente, tuvo lugar la persecución de los allegados de Bolívar, que la consideraban peligrosa. Sus pecados: Manuelita militaba activamente en el partido bolivariano y se encargaba de llevar los archivos del Libertador. Durante el día vestía de soldado y, junto a sus fieles esclavas de siempre, se dedicaba a patrullar la zona. Cuidaba las espaldas de Bolívar. Eso la convertía en su digna sucesora, y para los colaboradores del libertador, eso era impensable.
Así, el 1 de enero de 1834, le ordenaron que abandonara Colombia en un plazo de trece días. Mientras tanto, fue encerrada en la cárcel de mujeres y conducida en silla de manos hasta Funza, y de allí, a caballo, hasta el puerto de Cartagena con destino a Jamaica.
VII. Muerte de Manuela Sáenz.
Manuela volvió al Ecuador en 1835. El presidente Vicente Rocafuerte, ante la noticia de su llegada, determinó su salida del país. Esto le llevó al destierro. Se radicó en el puerto de Paita (Perú), donde subsistió elaborando dulces, tejidos y bordados para la venta, ya que las rentas por el arrendamiento de su hacienda de Catahuango, en Quito, no le eran enviadas.
En la puerta de la casa de Manuela Sáenz, en Paita, se podía leer English Spoken; era querida por la gente del pueblo y bautizaba niños, con la condición de que se llamaran Simón o Simona. Fue visitada por muchos hombres importantes, entre los que figuraron Simón Rodríguez, Hermann Melville y Giuseppe Garibaldi. Uno de los visitantes del lugar trajo consigo la difteria, enfermedad que contrajo Manuelita y de la que murió, ya pobre e inválida, a los 60 años de vida.
Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio local y todas sus posesiones, para evitar el contagio, fueron incineradas, incluidas una parte importante de las cartas de amor de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún mantenía bajo su custodia.
Manuelita entregó a O’Leary gran parte de documentos para elaborar la voluminosa biografía sobre Bolívar, de quien Manuela dijo ya despidiéndose de este mundo: “Vivo adoré a Bolívar, muerto lo venero”. Frase que resume lo que sintió por él, y aun después de la muerte le seguía profiriendo.
VIII. Retorno a Caracas, 154 años después.
Me atrevo a suponer en los últimos instantes de su vida y ya próxima a su muerte, Manuelita Sáenz murió satisfecha de su vida y del amor que se profesó con el caraqueño. Se fue de este mundo, suspirando por la casona de Pativilca, que sirvió de escenario para ese amor prohibido. Para ese amor apasionado que a la sombra de la histórica palmera que hoy en día aun podemos admirar, sirvió como refugio para los enamorados históricos famosos. La casona todavía conserva esas paredes que hoy son testigos mudos de un romance que trascendió la misma campaña libertadora, pero que pocos saben que fue por ese amor, por esta mujer culta y apasionada – sin dudas una mujer fuera de época – que el libertador pudo concretar su gesta libertaria.
El 5 de julio de 2010, durante la conmemoración del 199° aniversario de la firma del Acta de Independencia de Venezuela, sus restos simbólicos fueron trasladados por vía terrestre desde Perú, atravesando Ecuador, Colombia y Venezuela hasta arribar a Caracas, donde hoy reposan junto a los restos del gran amor de su vida, Simón Bolívar.
Fin.
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